La llamó unos meses después, tras pelearse con el teléfono varios días y le hizo el amor por teléfono, abriéndose el corazón a arañazos, arañazos sangrantes que lo dejaban sin respiración.
Su barba seguía encrespada. El teléfono era una herramienta fría con la que desaturar su cabeza de tanta frustración.
Ella también le hizo el amor por teléfono, esta vez sin gafas de sol, mostrándole al auricular su cara y bañándolo de lágrimas sin complejos. Él se bebió sus lágrimas desde el otro lado. Le supieron tan ricas como siempre.
La conversación fue eterna, a ratos ni hablaban. Se oían respirar. Cuando tocó colgar ella le repitió que quería ser su princesa eternamente. El nudo de la garganta del chico de la barba rebelde no le dejó contestar y le hizo colgar el teléfono sin una palabra. Ella entendió su silencio. Al fin y al cabo, siempre había entendido sus silencios.
Lucia