CUANDO NO PUEDAS PENSAR, ESCRIBE

jueves, 27 de octubre de 2011

NOCHE

Logró soltarse de las cuerdas que lo asfixiaban.
Saltó de la cama, corrió al teléfono, corrió descalzo,
la llamó, le gritó, le lloró,
saltó de la cama.
Cogió el teléfono, volvió a llamar, dijo que necesitaba verla, allí, aquí, ahora.
Le dijo que necesitaba verla, en la calle, bajo la noche,
entre los coches, bajo la luna,
entre la gente,
descalzo,
corriendo.
Ella saltó de la cama, bajó a la calle,
oscura llena de gente,
corrió y corrió,
lo encontró,
mojado por la noche, por la lluvia, por los coches, por la gente.
Se besaron, se besaron como solo se besa quien se ha echado de menos,
utilizando el beso como única forma de decir lo que no se puede decir,
como única forma de intentar salir del diccionario, que no se creó para amar.
Y sale de la lengua y del lenguaje, de los signos y los símbolos,
y la besa, la besa como solo se besa a quien se ha echado tanto de menos.
Ella solo llora.
Y deja caer la noche, y desvanecerse los coches, y las cuerdas, y la gente.

Lucia

domingo, 9 de octubre de 2011

NIÑA ESTÚPIDA

Mírame a la cara, después de todos estos años,
y dime qué ves detrás de mis ojos,
los ojos que siempre te dibujaron de colores.
Saca todos los colores de mis ojos, y dime qué ves en tu figura
pintada en blanco y negro.
Lo más bonito de tu amor siempre fue tu forma de dibujarme,
de retratarme en tu imaginación,
de sacar de mí la niña perfecta que nunca fui.
Lo más bonito de mi amor siempre fue mi forma de adorar
el puto aura de locura que siempre te rodeó.
Nada más pretencioso, en la niña de colores,
que intentar entender una locura que jamás le perteneció.
Pero el amor, al final, siempre se basa en eso.
En niñas estúpidas tratando de entender a hombres mayores.
En hombres estúpidos tras la sombra de la niña antojosa.
En niñas y niños que se esconden para enseñarse lo mejor que tienen:
la sensibilidad y la fragilidad del humano enamorado.

Lucía
Para Luis, mi lector preferido.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Manta de besos

Se duchó y se tumbó desnuda sobre la cama.
El empezó a besarla por los dedos de los pies.
Los besó uno a uno, pausadamente.
La siguió besando por las espinillas, le beso los gemelos, le beso las rodillas.
Así poco a poco. Se tomó su tiempo Para besarla a toda ella.

Se había dado cuenta de que amaba cada rincón de ese cuerpo,
cada centrímetro cuadrado de la piel que la envolvía.
Se había dado cuenta de que jamás seria capaz de decírselo con palabras,
de sacar de dentro el huracán de amor que lo invadía.
Se había dado cuenta de que una piel como la suya solo entendería el lenguaje de otra piel.
Así que se lo dijo con los labios.
Ella ese día estaba cansada.
No escucho el huracán que le entraba por los poros de la piel.
Se quedo dormida.

Lucía

jueves, 15 de septiembre de 2011

24 HORAS

Dame tan solo 24 horas de tu vida.
Dame 24 horas, 24 horas de tu vida, de tu vida sin rumbo, de tus horas sin hora.
Dame 24 horas para que pueda guardarte por siempre,
24 horas de tu olor y de tu sonrisa,
24 horas de dolor de barriga medio de nervios, medio de risas.
Dame 24 horas de tu vida y déjame que me las coma,
que te respire bien fuerte, que te haga cosquillas con mi pelo,
y déjame que te quiera 24 horas sin pensar en por qué no debo quererte.
Déjame que te toque la piel que habitas,
las manos que gastas,
los ojos que al mirarme me devuelven el mejor de mis reflejos.
Y tras esas 24 horas
no vuelvas a llamar,
no vuelvas a acercarte,
no vuelvas a tocarme,
no vuelvas a mirarme con tus ojos espejo, que me deforman,
haciéndome parecer una princesa.
Una princesa sin ti.


Lucia

domingo, 28 de agosto de 2011

Al teléfono

La llamó unos meses después, tras pelearse con el teléfono varios días y le hizo el amor por teléfono, abriéndose el corazón a arañazos, arañazos sangrantes que lo dejaban sin respiración.
Su barba seguía encrespada. El teléfono era una herramienta fría con la que desaturar su cabeza de tanta frustración.
Ella también le hizo el amor por teléfono, esta vez sin gafas de sol, mostrándole al auricular su cara y bañándolo de lágrimas sin complejos. Él se bebió sus lágrimas desde el otro lado. Le supieron tan ricas como siempre.
La conversación fue eterna, a ratos ni hablaban. Se oían respirar. Cuando tocó colgar ella le repitió que quería ser su princesa eternamente. El nudo de la garganta del chico de la barba rebelde no le dejó contestar y le hizo colgar el teléfono sin una palabra. Ella entendió su silencio. Al fin y al cabo, siempre había entendido sus silencios.

Lucia

jueves, 28 de julio de 2011

DOLOR

Solo le quedaba consolarse pensando en que todo en esta vida tiene un principio y un fin. Al menos el fin lo habían escrito ellos. Creer en el destino habría sido puro teatro.
Echar de menos le parecía un verbo demasiado suavón. El ardor en el pecho, la sensación de vacío, de caos, de vida sin sentido, el camino sin fin y el rumbo sin norte. Las mejillas coloradas, llenas de lágrimas, el corazón roto. Aquello no podía ser echar de menos. Aquel sentimiento desgarrador, que comenzaba en su pecho y llegaba hasta la garganta, le nublaba los ojos, le encendía las mejillas. Su piel dorada, ayer de él, había pasado a no pertenecer a nadie, a ser simplemente su piel, la barrera que separaba aquel corazón caótico de cualquier otra realidad.
Subió hasta lo más alto, seguía llorando, iba descalza. El viento le llevaba la melena a la cara y no la dejaba ver. Su vestido era blanco, largo, se movía con el viento, en un vaivén absurdo, casi tan absurdo como sus pensamientos, que solo querían saltar, saltar al vacío, dejar de existir para dejar de sentir dolor.
Una vez arriba, no pudo saltar. Se tiró al suelo, lloró y lloró. Al final se quedó dormida.
Cuando despertó por la mañana seguía siendo ella. Se tocó el pelo, miró su vestido, se puso las sandalias. Bajó andando lentamente. El sol le tocó los labios y tuvo que saborearlo.
Siempre queda otro amanecer. De repente se alegró de no haber saltado.

Lucía

lunes, 25 de julio de 2011

Poker

Llevaba aquel sombrero que lo hacía parecer misterioso. Fumaba sin parar y bebía pausadamente. Solo miraba las cartas una vez. La gabardina lo tapaba hasta las orejas. Era de los que pensaba que en el juego hacia más tu expresión que tus cartas. Habría llevado gafas de sol si no fuera porque aquel antro era más oscuro que su propia habitación. Aquel sótano oscuro lleno de humo no tenía ni un poco de aire para respirar.
Mientras le repartían las cartas miraba al infinito. Jugarse su alma en una partida de poker parecía de lo más arriesgado. Pero a él le daba igual. Una vez perdido el amor, perdidas las ganas, perdida la esperanza, el hombre echa cualquier cosa encima de la mesa con tal de seguir jugando. Ahí va mi alma.


Lucia