CUANDO NO PUEDAS PENSAR, ESCRIBE

domingo, 29 de mayo de 2011

LA MELENA ROJA

Se le ha quedado la melena roja toda alborotada, como a ella le gusta. Ya casi no le queda carmín en los labios. Prefiere no pensar por dónde irá el rimmel.
Se da la vuelta en la cama y tira de la sábana. Saca el pie por fuera para que le de el aire. Mira el móvil y sus pendientes en la mesilla. No piensa poner el despertador.
Él guarda silencio, está bocarriba y se pone el brazo bajo la cabeza. Tiene el pelo alborotado, como a ella le gusta. Duda, mueve la mano, vuelve a dudar. Mueve la mano, con la punta de los dedos le toca la espalda, recorre unos centímetros de su recta columna, duda, quita la mano, vuelve a meterla bajo la cabeza.
Ella está despierta. Hace como si no hubiese sentido la mano. Espera que él no haya notado que se le ha erizado la piel. Espera que él piense que está dormida. Espera que él no le hable -porque no sabe qué decirle-, espera que él no se levante de la cama, espera que no amanezca -para no tener que despertarse-, espera que su cabeza deje de pensar. Se queda dormida. Él le toca el pelo.

Lucia

lunes, 16 de mayo de 2011

HISTORIA DE UN CORAZÓN

La decisión del equipo médico fue clara. Había que amputar. Los cirujanos no dudaron. Los médicos accedieron. Todos los demás solo sintieron impotencia. Era cierto que el órgano estaba demasiado dañado para ser viable.
Amputar no era una solución para ninguno. Ni siquiera para los que disfrutaban del manejo del bisturí. Amputar era simplemente la única salida.
Aquel órgano, ayer rojo, lleno de vida, bombeando sin parar, pasaría a ser un órgano inerte, a desintegrarse. El paciente jamás volvería a ser el mismo. No es fácil vivir sin corazón.
Fue una enfermera la que, delante de la mesa de operaciones, se atrevió a hablar. Le había parecido ver latir a aquel corazón muerto. Tal vez no latir, pero sí moverse. Tal vez solo un gesto agónico, un gesto intentando defenderse de aquel bisturí asesino, de aquellos que no confiaban en que podía seguir viviendo.
- Doctores, démosle una oportunidad. Este corazón aun puede latir.
Ni el prepotente del cirujano encargado de la operación fue capaz de negarse. Dejar a un hombre sin corazón sería la crueldad más grande de su carrera profesional.
En la sala de despertar el paciente abrió los ojos y se llevó la mano al pecho. Aunque débil, allí seguía latiendo algo.
Se levantó de la cama y salió a correr, con el pijama abierto, enseñando el culo.
Poco le importaba. Su corazón se merecía otra oportunidad. Tenía de aprovecharla.


Lucia