La vida se le presentaba desordenada y el futuro incierto.
Tomaba sorbos de café a un ritmo de dos por minuto. Miraba el reloj cada media hora. Controlaba a la secretaria y a los de los lados. Todo ello sin quitar la mirada de la pantalla del ordenador. Era un planchado, peinado y repeinado, perfumado, tal vez algo retocado. Su chaqueta nunca se doblaba y medía minuciosamente el ángulo que sus labios formaban con el suelo. Nunca miraba al techo, porque allí no había nada útil. Nunca miraba al suelo porque no tenía nada que controlar.
La raya de su pelo formaba un ángulo recto con la línea del hombro de su chaqueta. Su movil siempre estaba encendido pero nunca esperaba llamadas. Su ordenador, siempre actualizado, no lograba recordar lo que había guardado ayer. Se mandaban mensajes de desesperación vía bluetooth.
Su mesa, su silla, su oficina blanca con luces de tubo fluorescente, el café amargo, la secretaria bobalicona, sus zapatos perfectos, su jefe, su móvil encendido, su ordenador apagado, la ralla de su pelo, no lograban resolver que su vida no tenía sentido y su futuro no tenía pasado.
Lucia
No hay comentarios:
Publicar un comentario