Se montó en su coche verde, lo dejó allí, debajo de las montañas, iluminado apenas por los débiles rayos que quedaban. Él sacó un cigarrillo y la vio alejarse rápido en el coche por la carretera que separaba las montañas de la costa. Sabía que jamás la volvería a ver.
Se sentó en el suelo, encendió el cigarro y esperó a que terminase de irse el sol. Sus ojos no echaron ni una sola lágrima. Su cabeza dejó de pensar y su corazón dejó de sentir. Y pensó en aquella frase que ella había dicho un millón de veces 'cuando no puede ser no puede ser, y además es imposible'. Tuvo que sonreir. La jodida princesa de los pantalones de cuero siempre llevaba la razón.
Lucia
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