Llevaba aquel sombrero que lo hacía parecer misterioso. Fumaba sin parar y bebía pausadamente. Solo miraba las cartas una vez. La gabardina lo tapaba hasta las orejas. Era de los que pensaba que en el juego hacia más tu expresión que tus cartas. Habría llevado gafas de sol si no fuera porque aquel antro era más oscuro que su propia habitación. Aquel sótano oscuro lleno de humo no tenía ni un poco de aire para respirar.
Mientras le repartían las cartas miraba al infinito. Jugarse su alma en una partida de poker parecía de lo más arriesgado. Pero a él le daba igual. Una vez perdido el amor, perdidas las ganas, perdida la esperanza, el hombre echa cualquier cosa encima de la mesa con tal de seguir jugando. Ahí va mi alma.
Lucia
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